“Es indigno del hombre no buscar una ciencia a la que pueda
aspirar”
(Aristóteles, Metafísica, 1, 2).
Basta
una breve mirada a la historia de la filosofía para darse cuenta de que los
grandes filósofos, en su mayoría, han sido también grandes conocedores de las
ciencias, desde la biología hasta las matemáticas. Es también bien conocida la inscripción
que presidía la Academia de Platón: “No entre aquí el que no sepa geometría”. Al
verdadero sabio nada humano le es ajeno. Las ciencias y las letras están presentes
en el camino de la sabiduría, la búsqueda de la verdad y el conocimiento
propio, que son tres cosas casi sinónimas.
Aquí,
sin embargo, no quiero hablar únicamente de la unidad del saber y, por tanto,
la artificialidad de la división entre ciencias y letras, ya que, en
definitiva, las letras, o al menos la filosofía, también tiene un carácter
científico. Si entendemos ciencia en un sentido amplio, de raigambre
aristotélica —conocimiento cierto por causas—, la filosofía se presenta como la ciencia por excelencia. El
mismo Aristóteles, que era un gran conocer de las ciencias biológicas, lo dice
al comienzo del cuarto libro de la Metafísica:
“hay una ciencia que estudia el ser, en tanto que algo que es y
los atributos que, por sí mismo, le pertenecen. Y esta ciencia no se identifica
con ninguna de las que llamamos particulares, pues ninguna de las otras especula en general acerca del ser en cuanto ser,
sino que, habiendo separado alguna parte de él, consideran los accidentes de
ésta; por ejemplo, las ciencias matemáticas”. Así pues, a diferencia de
las ciencias particulares, la filosofía es una ciencia universal y, por tanto,
la que posee el título de ciencia por derecho propio, como el analogado
principal.
Hablar
del carácter científico de la Filosofía puede resultar confuso para el
cientificismo imperante de nuestra época, en el que se le niega a la filosofía
toda legitimidad para hablar de verdades y certezas (que, por cierto, son dos
cosas bien distintas). Y, claramente, tampoco supone un desprecio de las
ciencias a favor de la filosofía, como si el saber filosófico pudiese
prescindir por completo de los saberes particulares. Sin embargo, hay una
jerarquía que no es posible obviar. La filosofía es la madre de las ciencias y
todas están a ella subordinadas (por algo se dirá “PhD”, doctor en filosofía, a
todo aquel que alcance el máximo grado académico). Al conocer partimos de los
más particular, pero no nos quedamos allí. El ser humano puede ascender hacia
lo más universal, el conocimiento del ser, que es lo que comparten todos los
entes, ya sean estudiados por las “ciencias” o por las “letras”. Todo lo que
conocemos, sencillamente, es. Nuestro
conocimiento no puede versar sobre la nada, pues la nada ni siquiera la podemos
pensar. Hay quienes piensan en la nada como una luz blanca cegadora o como una
oscuridad muy profunda, pero es claro que la luz es algo, así como la oscuridad
también lo es, así sea en un sentido privativo. Pero la nada no es privación. De la nada sólo se puede decir que no es, en un sentido absoluto. Siempre que expresamos la acción de pensar, debemos añadir alguna preposición: se piensa sobre equis cosa, se piensa en zeta; si conocemos, conocemos algo
que es. Y eso que todos los saberes
comparten, a saber, el ser, es
aquello de lo que se ocupa la filosofía, la ciencia de las ciencias.
De
modo que la ciencia actual ha reducido sus miras cuando pretende desterrar de
su campo de visión toda referencia a los fundamentos, principios, causas
últimas, naturaleza, modo de ser, acto y potencia, por decir sólo algunas nociones esenciales. Es admirable el empeño de los científicos por conocer la realidad y por
hacer divulgativo sus conocimientos, en un lenguaje a todos inteligible. Carl
Sagan, por ejemplo, era un gran astrofísico —con todo el conocimiento técnico y
complejo que eso implica— y aún así supo entusiasmar a miles de personas con el
universo, la exploración espacial, lo que aún nos resulta desconocido. Y por eso hemos de estarle agradecidos. Lo que a
veces se olvida es que cuando un científico hace reflexiones acerca de su
propio quehacer —ahora pienso en Einstein, por ejemplo—, no lo hace en cuanto
científico sino en cuanto filósofo. Por eso cuando un amigo cientificista
acomete contra la metafísica y la filosofía, queda atrapado en la contradicción
de estar matando la filosofía haciendo uso de la filosofía misma. O como diría
Gilson: “La filosofía entierra siempre a sus enterradores”. No es científico
—en el sentido limitado de ciencia que se tiene actualmente— hablar de la
filosofía (y, por extensión, de Dios, el alma, etc.), aunque sea para ir en
contra de ella. Si la ciencia ha pactado con quedarse en la particularidad de
lo real, no puede levantar la cabeza sobre ello y hacer juicios universales. Se
pierde de lo más interesante y tendría que guardar mucho más silencio del que
guarda para ser coherente consigo misma. Esto, por supuesto, no me parece
deseable. La ciencia debe hablar, divulgarse, pero esto exige apertura hacia toda la realidad, que no se acaba en esto o aquello que podemos medir y experimentar, porque la realidad es tan
rica que no podemos abarcarla con nuestros propios esquemas.
El
camino del conocimiento debería ampliarse. Es preciso empezar por lo
particular, por la reflexión en torno a todo aquello que forma parte de mi vida
y que me produce admiración. Sorprenderse ante una noche estrellada o ante ese
“pale blue dot” que se ve en una fotografía, es el primer paso, necesario e
imprescindible, para admirarse ante la realidad toda y preguntarse por ella
hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta llegar a la filosofía, donde
uno se lo juega todo, donde las más altas capacidades intelectuales del ser
humano han de ponerse en marcha. La filosofía no es un juego de niños o una
ingenuidad, como algunos piensan. Es allí donde se encuentra la misma
justificación de las ciencias, donde se puede apreciar la unidad que subyace en
la multiplicidad de este mundo tan rico en perspectivas, belleza, racionalidad.
La filosofía necesita de científicos abiertos a un conocimiento más profundo de
la realidad, pero, sobre todo, la ciencia necesita de la filosofía para que su
conocimiento alcance toda la universalidad y hondura que pretende. Quizá,
entonces, también se abran nuevas perspectivas acerca del ser humano, tan
apasionantes como la robótica. Aunque esto, lo reconozco, lo digo con cierta
ironía, porque un robot, por muy estupendo, se agota en lo computable, en su materialidad, mientras
que el hombre, ¡ah!, es un misterio. Abrirse al misterio. Esa es otra cuestión
interesante: El misterio, que no es una barrera infranqueable, sino más bien aquello que encierra tanto dentro de sí, que nunca puede ser agotado con nuestras limitadas
mentes. Pero, como diría Ununcuadio —una científica que sabe lo suficientemente
de letras como para poder decirlo con la voz de Michael Ende—: esa es otra
historia y debe ser contada en otra ocasión.
Por: Marcela Duque Ramírez.
Este post participa en la I Edición de Carnaval Humanidades.
Genial!!! Magnífica contribución, justo lo que hacía falta para animar el Carnaval!!!
ResponderEliminarMe ha encantado la entrada: me alegra de que el Duque vuelva a escribir, de vez en cuando... Y gracias por el guiño a mi blog ;)
ResponderEliminarHola Marcela. Buen artículo. Te comparto mis pensamientos al respecto...
ResponderEliminarA menudo me encuentro escuchando a hombres de ciencia que se centran tanto en sus respectivas áreas de estudio que se olvidan de otras campos del conocimiento humano que les podrían aportar mucho. Esto es algo que siempre me ha parecido ir en contra vía de lo que el ser humano debe anhelar. Tengo una idea un tanto romántica en la que el hombre debe ser lo más universal posible, de estilo renacentista, enciclopédico. Si bien la gran cantidad de conocimientos acumulados por nuestra especie hagan esto particularmente difícil en nuestra época y nos obligue a especializarnos cada vez más en el estudio de una pequeña porción de la realidad. Es ahí donde el contacto con otras áreas como humanidades y artes le pueden brindar una perspectiva más global al científico.
Sí, creo que todo buen científico debería estudiar filosofía, para tener un fundamento que vaya más allá de la técnica, para saber lo que otros ya pensaron. No soy un científico pero estoy altamente influenciado por la Ciencia. Discrepo de la idea según la cual la filosofía es una ciencia, rigurosamente hablando. Solo para mencionar una razón por la que pienso esto es que si bien la filosofía puede englobar el estudio de las cosas que "son", y para hacerlo, muchas veces utiliza un pensamiento lógico y argumentativo, su proceder no se ciñe por un método científico estrictamente hablando. Esto es, puede haber formulación de hipótesis pero no experimientación y comprobación.
Considero a la filosofía, junto con el Arte, padres, precursores si se quiere.
Sigue escribiendo, me permitiré enlazar tu blog.
Saludos.
Juan David: Mil gracias por tu respuesta. Me alegra leerte con un poco más de extensión que via Twitter, así que —dicho sea de paso— espero nuevas entradas en tu blog (aunque todavía tengo "Cosmic Autumn" por navegar).
ResponderEliminarLeí tu comentario este fin de semana y por responder a Ununcuadio me olvidé de contestarte. En todo caso, también te remito al debate que hemos tenido en su blog, en el que empiezo mencionando tu comentario: http://worlderlenmeyer.blogspot.com/2012/09/que-es-ser-hombre.html
Entiendo lo que dices acerca de la filosofía, que no es propiamente ciencia. Es Ciencia (en mayúscula) en mi opinión, en un sentido distinto a lo que entendemos actualmente por ciencia. Pero como "de nominibus non est disputandum", tengo que admitir que la filosofía desde hace unos años ha dejado de ser ciencia (y esto no ha sido culpa de la filosofía, ni pérdida para su propia inteligibilidad. A lo sumo, ha supuesto una pérdida para la misma noción universal de ciencia, en ese sentido de "ideal romántico" —que comparto— del conocimiento cabal).
Me ha gustado mucho el debate en The Guardian. Lo que no comparto es lo que dice el científico en el debate, y que creo que tú suscribes, acerca de las preguntas por el por qué (Not only has "why" become "how" but "why" no longer has any useful meaning, given that it presumes purpose for which there is no evidence). Es más, siempre he pensado que precisamente esa es una de las grandes pérdidas del conocimiento, o mejor, la sabiduría. Si ya no hay sabios, en plan Sócrates, es porque ya no hay muchos por qués. Perder el por qué por falta de evidencia es un reduccionismo. Esa es la crítica que hago al cientificismo: que reduzca la lógica a evidencia. Es lo que hace también Wittgenstein respecto al lenguaje: afirmar que el lenguaje sólo puede hablar de hechos, que es el ámbito de las ciencias empíricas. Todo lo demás pasa a ser "lo místico", "aquello de lo que es mejor callar". De ahí que los filósofos a veces suframos de "lab-coat envy". Y ni te digo respecto a la religión. Pero precisamente el hecho de que haya cosas que no son evidentes y contrastables empíricamente es lo que hace la filosofía tan apasionante.
El cómo es una cuestión meramente procedimental. Se soluciona y en seguida se pasa a lo siguiente, o bien se demuestra lo contrario y en seguida, con más razón, se pasa a lo siguiente, dejando lo anterior obsoleto. Es el problema de las carreras técnicas (a veces, con perdón, pienso que es lo que le pasa al periodismo): si no se enseña a pensar, en cuanto la técnica haya sido superada, dejará a la persona sin herramientas, sin capacidades de innovación (aunque no sea esto el caso de la ciencia, claro).
Yo sí que pienso que el por qué —la finalidad— es la clave del conocimiento y de la realidad. Es lo único que puede dar una explicación cabal de todo, aunque esa respuesta se nos escape. A pesar de que no tengamos una certeza plena de qué sea ese por qué, no podemos dejar de preguntarnos por ello. Así que me ha parecido casi alarmante la parte del debate en el que el mismo filósofo dice "philosophy needs to accept it may one day be made redundant." Eso nunca. Ni la ciencia, claro. De hecho, estoy convencida de que entre más "hows" resuelva la ciencia, más "whys" tendrá que plantearse ella misma (y, por tanto, la filosofía). Por eso me encanta que sea el científico del debate —un "físico teórico" (no sé qué significa eso, pero suena bastante filosófico)— el que termine la discusión hablando de los misterios. Hay cuestiones que quizá nunca se resuelvan, al menos no en este mundo, pero que el sólo hecho de preguntarse por ellas ya merece la pena, ya le dan sentido a lo que haces... y bueno, ya te dicen algo del mundo, aunque no sea una cuestión absolutamente medible.
En fin, es una gran tema. Podría seguir, pero en definitiva: "I've got more sympathy with your position than you might expect."
Lo mejor que he leído para el Carnaval Humanidades
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